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Regla 2: El duelo entre el crecimiento y la decadencia

En la intricada sinfonía de la existencia, toma protagonismo una profunda paradoja: la incesante lucha entre el crecimiento y la decadencia. Se trata de un conflicto atemporal que trasciende las fronteras de la vida, los negocios y nuestra esencia. Esta ley se aplica universalmente, ya sea que hablemos de especies biológicas, seres humanos, empresas o incluso imperios.

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Dentro del ámbito del crecimiento, emerge una verdad fundamental: la búsqueda del crecimiento exige una infusión constante de energía y recursos. Este proceso de crecimiento, donde la energía metabólica impulsa la expansión de la vida, requiere una asignación estratégica de recursos tanto para nutrir el nuevo crecimiento como para ocuparse del mantenimiento y la reparación.

En las etapas iniciales, una abrumadora cantidad de recursos se emplea en fomentar el crecimiento. Sin embargo, a medida que el proceso madura, se desarrolla una transformación que cambia el enfoque. En este sentido, la asignación de la mayoría de recursos disponibles dirige fuertemente a la reparación y el mantenimiento. Es un ritmo del mundo natural, que se refleja en el ciclo de vida de las empresas:

Crecimiento → Mantenimiento → Reparación
 
Ilustremos este concepto usando el recorrido de una empresa. En sus primeros días, todo se trata de crecimiento, donde cada gota de capital (energía socioeconómica) se canaliza hacia la expansión y la conquista de mercados. En este punto, la empresa es como un potro salvaje, busca nuevos horizontes.

A medida que esta madura, la narrativa cambia, a menudo en detrimento de este proceso. Lo que sucede es que en lugar de un crecimiento implacable, los recursos se desvían hacia la preservación de su estatus ganado con el fin de mantener su reputación, lo cual llamamos Rockstar.

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Sin embargo, en esta fase se siembran las semillas para un estancamiento futuro. Es decir, la energía antes dedicada a la innovación y expansión se redirige hacia la defensa de la fortaleza. Los precios de sus productos aumentan, las ganancias se estabilizan y el crecimiento real tambalea al punto de detenerse por completo. Lo cual conduce a esta empresa a la fase Ícaro.

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La empresa, otrora abierta y flexible en su estilo de gestión, ahora aumenta su control. Este se torna primordial y la prioridad cambia del crecimiento y exploración al mantenimiento del estatus. Ahora entramos en lo que podría llamarse acertadamente como Zombi. El cual se caracteriza por estructuras jerárquicas, control de daños y un sistema de comando y control absoluto centrado únicamente en la supervivencia.

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Aquí emerge un cuarto estado, una ruta alternativa que desafía la trayectoria tradicional de crecimiento a decadencia. 

En lugar de canalizar toda nuestra energía hacia el mantenimiento y la reparación, enfrentamos la obsolescencia de manera frontal. Abrazamos el estado Ícaro como una oportunidad para reinventarnos. Renunciamos voluntariamente al control, permitiendo la libertad suficiente para que nuevas ideas tomen vuelo. Aquí emerge el cuarto estado, el Dragonfly (libélula, en español).

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En el estado Dragonfly anticipamos con entusiasmo el fin del viejo sistema, no con miedo, sino con aceptación, sabiendo que solo al desprendernos de creencias obsoletas podemos abrazar un nuevo modelo de negocio. El crecimiento regresa triunfalmente, pero la muerte del sistema obsoleto deriva en incomodidad, tanto para empleados como inversores.


En este punto, ambos deben aceptar de todo corazón la volatilidad de la reinvención. Al hacerlo, allanan el camino para rendimientos sustanciales y una nueva era de prosperidad.

Este duelo entre el crecimiento y la decadencia deja de ser una batalla de dos frentes. Surge la tercera vía, el camino del Dragonfly, el cual trasciende los ciclos convencionales, instándonos a abrazar el cambio, aceptar el final como un nuevo comienzo y elevarnos más allá de las limitaciones del pensamiento tradicional.

El Dragonfly encarna la transformación, recordándonos que en la sinfonía de la vida y los negocios, la única constante es el cambio.

La libélula personifica al individuo que evita mantener un conjunto de creencias que ya no son efectivas, en lugar de ello, asigna energía para crear una nueva versión de sí mismo. Simboliza la empresa que renuncia al control y abraza la exploración y la reinvención. Representa al país que abandona sistemas autocráticos para fomentar la heterogeneidad y la propagación del conocimiento, dando así origen a una nueva revolución tecnológica.

Es la personificación de la transformación, la encarnación del Dragonfly.